Cuando los americanos Interpol presentaron como adelanto de su nuevo trabajo la canción Lights, los seguidores de la banda comenzaron a frotarse las manos ante lo que parecía un prometedor retorno después de Our Love to Admire. Ahora, con su cuarto disco publicado, bautizado con el nombre del grupo, Interpol, no queda sino sumirse en una ligera decepción.
El cuarteto neoyorquino nació en los años 90, pero se lanzaron al panorama internacional en el 2002 con Turn on the Bright Lights, un primer álbum irregular pero emocionante, y esa elegancia, más allá de su indumentaria trajeada, que les lanzó al éxito. No defraudaron a sus seguidores con su segundo trabajo, Antics, y todavía menos en 2007 con Our Love to Admire.
Recién estrenados como trío, después de que el bajista Carlos Dengler abandonara la banda, Interpol, considerados por mucho como un símbolo del post-punk y herederos de Joy Division, presenta un nuevo disco que mantiene la línea. Pero ya está. No van más allá.
La atmósfera oscura, la profunda voz del cantante y guitarrista Paul Banks y los ritmos graves siguen siendo la marca de identidad de los americanos, que no han perdido su identidad en un disco. Pero falta ese bajo pegadizo de canciones como Evil, el ritmo que se salía de la norma de The Heinrich Maneuver o el toque rebelde de All Fired Up.
Interpol presenta un total de diez canciones que coinciden entre ellas por la uniformidad, una obra más madura pero que pierde en intensidad. Esta claro que la banda ha cambiado de orientación. Con este cuarto trabajo, producido por ellos mismos, los neoyorquinos dicen haber vuelto a la esencia de sus primeros trabajos, de la misma manera que han vuelto a su sello original, el independiente Matador. Pero quizás haber vuelto hacia atrás no haya sido la opción acertada, algo reflejado en un disco redundante y falto de sorpresas. Para una posible sorpresa, indispensable asistir a los conciertos que Interpol dará en noviembre tanto en Madrid como en Barcelona.
Ms P
Lo mejor del nuevo disco:
Lo mejor de Interpol:
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