martes, 21 de junio de 2011

Día de la Música de Heineken: Sangre fresca en el matadero de Madrid


Esta no es una crónica de Slayer o de un concierto de The Devil’s Blood. Esta es una crónica del Día de la Música Heineken, que paradójicamente se celebró durante dos jornadas en el Matadero de Madrid. Y probablemente esta es la crónica menos ortodoxa del mundo, pues quien escribe se enfrenta a todo un abanico de estilos que no está acostumbrado a escuchar y, mucho menos, ver en directo.

En cualquier caso, ahí estaba él –yo- a las cinco de la tarde del sábado, entrando a un recinto que esperaba mucho más pequeño y resultó ser inmenso. Y es que, si a los festivales heavies españoles destinan las zonas más desérticas de Madrid o Zaragoza –para aumentar las ventas en cerveza, quizá-, un festival como este, organizado por Radio 3, tiene a su disposición un recinto de lujo en pleno Madrid, con cinco escenarios. Y por ellos pasó a lo largo de todo el fin toda una serie de grupos apenas conocidos en algunos casos y con pocos años de andadura en otros. Una oportunidad perfecta para descubrir nuevos grupos.

SÁBADO

El festival empezó con Sam Amidon para aquellos que llegaron a las cinco y se decantaron por el músico norteamericano entre las opciones de los tres escenarios interiores. En el Rockdelux, los asistentes, sentados en el suelo y en las gradas, pudieron disfrutar durante tres cuartos de hora de los sonidos folk de Sam Amidon. Alternando la guitarra acústica con un banjo, cantaba sus canciones en el ambiente intimista que propiciaba el auditorio, mientras le acompañaba un batería que de vez en cuando complementaba sus bases rítmicas con un bajo.

LÜGER
 
En el escenario ¡Madrid! Lüger se marcó el concierto más potente de todo el festival. Abrieron con Die Sonne muss untergehen!, de su primer disco, y aunque el sonido no era perfecto -las voces estaban muy bajas, de hecho-, sí fue mucho mejor que cuando tocaron en Valencia. El volumen, tan alto como a ellos les gusta, hacia que su mezcla explosiva de psicodelia y space rock te envolviera como una muralla sónica. Tocaron algunas canciones de su nuevo disco, como Dracula’s Chauffer Wants More y Hot Stuff, que sonaron genial en directo, pero también recordaron su álbum de debut con Portrait of a Distant Look y La fin absolue du monde. Incluyeron en el setlist la canción que grabaron para el Día de la Música, Burnt Cooper, en la que subió al escenario un saxofonista -¿inspirado quizá en los saxofones del In Search of Space de Hawkwind, que tanto les gusta?- y el final fue un trallazo con Swastika Sweetheart. Sin duda, el plato fuerte del festival, que muchos supieron apreciar, pues la nave en la que tocaron estaba bastante llena.

ERIN HILL & HER PSYCHEDELIC HARP
Mientras en uno de los escenarios principales tocaba The Pains of Being Pure at Heart, con muy buen sonido, pero con una actuación que según cuentan solo duró media hora, en el escenario UFI salió a tocar Erin Hill & Her Psychedelic Harp. Acompañada por Mike Nolan, que tocaba una steel guitar y ponía bases sampleadas desde su portátil, Erin Hill tocaba pasionalmente su arpa mientras cantaba con voz casi angelical. Como ocurre con Apocalyptica y sus cellos, o con cualquier músico que saca instrumentos clásicos de su lugar habitual, lo de esta arpista fue algo curioso y, al mismo tiempo, atractivo de ver.


WILD BEASTS

Wild Beasts. Foto: lalitaporfavor (Flickr: baronesariefenstahl)
Wild Beasts tiene su sonido particular y desde luego no es un grupo pop más. Había unos teclados en medio del escenario, por los que iban pasando todos los integrantes del grupo británico. Pero los falsetes del cantante acabaron cansando y una opción razonable fue irse a buscar algo de comer, porque ya eran más de las nueve. Sorprendentemente todos los puestos tenían colas larguísimas, y es que la organización no supo calcular bien los recursos necesarios para las 13.000 personas que asistieron al festival el sábado. De hecho, fuera del recinto se formaron colas kilométricas, según cuentan. Quienes llegaron a las seis tuvieron que esperar durante tres cuartos de hora, pero quienes llegaron a las siete se enfrentaron a dos horas de cola.
Y todo para ver a Vetusta Morla, cabezas de cartel del sábado, que tocaron media hora más tarde de lo previsto para que todos los de fuera tuvieran tiempo de entrar. Sus seguidores probablemente disfrutarían del concierto, pero otros intentaron aguantar, como mejor pudieron, hora y media de monotonía sónica, que incluso llegaba al otro escenario, desde donde muchos esperaban a Crystal Fighters. Por lo que a la comida respecta, la mejor opción fue el escenario UFI con su café, en el que vendían la bebida y la comida más barata del festival, mientras sonaba durante todo el día en repeat el discazo que es King For a Day, Fool for a Life Time de Faith No More.
Ante ese aburrimiento, a uno le tienta la idea de hacer un experimento de periodismo gonzo. “Miedo y asco en el Día de la Música” me proponen y es un titular muy bueno, pero yo no tengo el maletero lleno de drogas -¡ni siquiera tengo coche!-. Porque además, todas las drogas del festival parece que las tenía Sebastian de...

CRYSTAL FIGHTERS
Salió volado al escenario, corriendo de un lado a otro. Cantaba, o a veces simplemente movía la boca, y si daba la casualidad de que tenía el micrófono delante, mejor para nosotros –o peor, no sé-, que podíamos oírle. Que se lo digan a Jim Morrison, pero Sebastian, desde luego, había conseguido ir más allá de las puertas de la percepción.
“Hijos de puta”, les gritaba uno constantemente, aunque tampoco era necesario llegar a esos extremos. Si bien el concierto no fue tan intenso como el que vivió el corresponsal en el Cedro de este blog, y el sonido tampoco fue muy bueno, Crystal Fighters consiguió poner a todo el mundo a bailar, sobre todo cuando se pusieron a tocar la txalaparta –“mamá, de mayor quiero ser txalapartan”, le entraban a uno ganas de decir-, ese instrumento vasco que curiosamente tanto le gusta a este grupo londinense. Afortunadamente, todos los miembros del grupo hacen coros y la bonita voz de Ellie Fletcher pudo suplir las carencias de Sebastian. Quizá por eso fue por lo que At Home fue una de las canciones que mejor sonaron, porque era en la que Ellie Fletcher tenía un protagonismo vocal mayor; a diferencia de los destrozos que hizo Sebastian en Champion Sound y unas cuantas canciones más. Xtatic Truth puso fin a un concierto muy festivo de solo cincuenta minutos, en el que tocaron todas las canciones de su álbum de debut menos With You, y clausuró también la primera jornada de este Día de la Música.


DOMINGO


PONY BRAVO
A las cuatro y cuarto, Pony Bravo fueron los encargados de abrir el segundo día del festival, si no se tienen en cuenta los grupos que habían tocado gratis desde mediodía, pero hacía falta demasiado valor para ir a verlos con la que caía. Y también hacía falta mucho interés para ir a esas horas a ver a Pony Bravo, pero mereció la pena, porque, como prometían en el programa del festival, el grupo sureño recuperaba algunas de las excentricidades típicas del sonido de Frank Zappa. Fue un comienzo muy animado para todos aquellos que se refugiaban del potente sol en el abarrotado escenario UFI.

JOHN GRANT
Tocaba a continuación en el escenario Rockdelux. La cola para entrar llegaba casi hasta la otra punta del recinto, así que fue hora de sacar la cartera y soltar dos euros –“¿es aquí donde se paga para saltarse la cola?”-; pero no fue un soborno, ese escenario tenía pase preferente para quienes pagaran, y fue la mejor opción, porque uno se aseguraba el asiento y en cualquier caso habría salido más cara toda la bebida necesaria para recuperarse de semejante calor en la cola. John Grant salió al escenario cuando aún no había entrado casi nadie, acompañado por otro músico, con el que se iba cambiando las labores delante del piano y las de los sintetizadores cósmicos que lo complementaban. Con su voz profunda y melancólica interpretó canciones de su disco en solitario, como I Wanna Go to Marz, Chicken Bones y JC Hates Faggots, y entre una y otra derrochaba simpatía con su casi perfecto mexicano. Su actuación concluyó con un par de canciones de The Czars, el grupo que lideraba, y con Queen of Denmark, de su disco en solitario homónimo.

LYKKE LI 
 
Lykke Li. Foto: lalitaporfavor (Flickr: baronesariefenstahl)


Y para buscar el contraste, fue hora de dirigirse al escenario ¡Madrid! a ver a Lykke Li, cambiando un asiento con aire acondicionado por una nave abarrotada y casi en llamas. El concierto de la sueca se centró en Wounded Rhymes, su último disco, que interpretó casi entero, y fue in crescendo. A golpes de órgano y percusión fue desatando la euforia del público, con Dance, Dance, Dance, de su primer disco, y I Follow Rivers, Youth Knows No Pain y Get Some finalmente. Lykke Li se comía el escenario y frecuentemente se sumaba a la percusión, golpeando con unos palos todo lo que encontraba, desde la estructura metálica del escenario hasta la caja de su batería.
Después de escapar de la marea humana que intentaba salir del concierto de Lykke Li y tras ver los últimos minutos de Destroyer, una banda muy animada con ocho músicos en el escenario y varios instrumentos de viento, el escenario UFI ofrecía un buen descanso, con la actuación del cantautor folk SEAN ROWE. Pero quien esperara algo tranquilo se equivocó, porque el neoyorquino ofreció un concierto mucho más movido que el de muchos cabezas de cartel. Él y su guitarra acústica, solos contra el mundo. Porque con su voz grave, sus acordes y punteos y sus ruidos rítmicos con la boca conseguía llenar todo. Y cuando terminó, ese microcosmos que era el reducido escenario UFI le ofreció una ovación que sonó a la de todo un estadio. Mientras tanto, fuera cantaba Janelle Monáe, en un concierto que por lo visto gustó a muchos.
Russian Red. Foto: EL PAÍS
RUSSIAN RED tiene una magnífica voz, pero más allá de algunos temas como Cigarettes, Fuerteventura y The Sun the Trees, su actuación se hizo pesada y lenta. Eso pensaron también todos los que esperaban a que acabara Glasvegas en el otro escenario. Pero Glasvegas tampoco consiguió despertar en mí más que indiferencia. Una cuestión de gustos, de nuevo; sus seguidores, como en Vetusta Morla, imagino que disfrutarían. Yo, en cambio, hice un nuevo amigo: un gran saco. Pero no uno cualquiera, era un saco de un metro de alto que daban por ahí y estaba relleno de aire. Descubrí que era el amigo perfecto para un festival: va contigo a ver el concierto que quieras, sin rechistar; no se queja cuando te sientas sobre él; puedes usarlo de tambor cuando te invade la emoción –no la de Glasvegas, no-, e incluso te acompaña al cuarto de baño, aunque tengas que sujetarlo con la cabeza una vez que estás dentro. No lo dudes: pon un saco en tu vida y serás la envidia de todo el festival.

CARIBOU
Caribou fue todo lo que hacía falta para recordarle a uno que en los festivales se suele estar animado. Con su peculiar electrónica, muy atmosférica, y las voces agudas del canadiense, remotamente emparentadas con la psicodelia de Colin Blunstone y The Zombies, pusieron a todo el mundo a moverse sin parar. Casi todo lo que se escuchaba era lo que tocaban los cuatro músicos, con batería, guitarra, bajo y sintetizadores, apelotonados en el centro del escenario, formando un círculo. Después del festivo final con Sun y, a pesar de ser domingo por la noche, no había nadie que quisiera irse a dormir. Pero no hubo más remedio que coger al amigo saco y meterse en un taxi.

Al final, puede que no hubiera grupos de renombre en este Día de la Música Heineken, pero acabó siendo una oportunidad perfecta para conocer nuevos grupos, ríos y ríos de sangre fresca. “Nunca antes había tocado en un matadero”, bromeó el domingo Sean Rowe, “pero siempre hay una primera vez, ¿no?”, y de la misma manera, también hay siempre una primera vez para ver en directo música que uno desconoce. Y es que por 26 euros que valía el abono de dos días, hasta un profano en estos estilos puede permitirse el eclecticismo musical.

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